Cuando la emoción se alcoholiza

FUNCIONAMIENTO NULO
En los últimos meses, he notado que en varias de las consultas que atiendo ha surgido el tema del consumo de alcohol. Por ello, en este texto abordaré algunos aspectos relacionados con esta práctica y sus efectos en el cuerpo, basándome en las experiencias contadas y las conversaciones generadas durante estas sesiones. Así pues, lo primero a lo que hay que referirse es a que cuando se ingiere alcohol, se absorbe rápidamente en el torrente sanguíneo a través del estómago y el intestino delgado. Posteriormente, se distribuye por el organismo y afecta a diversos sistemas, especialmente el nervioso central. Según estudios de la Organización Mundial de la Salud – OMS (2021) el alcohol actúa como un depresor del sistema nervioso, ralentizando funciones como el pensamiento y la coordinación motora. A medida que aumenta la concentración de alcohol en sangre, los efectos se intensifican, lo que puede llevar a episodios de desinhibición y pérdida de control.
En consecuencia, el consumo de alcohol afecta significativamente la regulación emocional, que se entiende como los procesos que las personas utilizan para reconocer, modular y gestionar las emociones que experimentan con el fin de adaptarse a las situaciones vividas (Gross, 2015). Como sustancia psicoactiva, el alcohol impacta tanto en los procesos neurofisiológicos relacionados con las emociones como en las habilidades psicológicas necesarias para gestionarlas eficazmente.
A corto plazo, el alcohol puede actuar como un amortiguador emocional, disminuyendo la intensidad de emociones negativas debido a sus efectos depresores sobre el sistema nervioso central (Koob, 2015). No obstante, estos efectos son temporales y suelen ir acompañados de una reducción en la capacidad para evaluar situaciones adecuadamente, lo que puede dar lugar a comportamientos impulsivos o desadaptativos (Curtin y Fairchild, 2003). Además, el alcohol interfiere con procesos cognitivos esenciales para la regulación emocional, como la reevaluación cognitiva, que requiere atención y memoria funcional, habilidades que se ven deterioradas bajo los efectos de esta sustancia (Berking y Wupperman, 2012)
A largo plazo, el consumo frecuente de alcohol está relacionado con alteraciones neurobiológicas que afectan también la regulación emocional, incluyendo cambios en el sistema límbico y en la conectividad de las redes cerebrales involucradas en el control emocional (Sullivan, Harris y Pfefferbaum, 2010). Estos cambios contribuyen a un ciclo de retroalimentación negativa, donde la dificultad para regular las emociones aumenta la probabilidad de consumir alcohol como estrategia de afrontamiento, perpetuando el uso problemático de la sustancia (Kober y Bolling, 2014).
Por lo tanto, el consumo de alcohol puede llevar a reacciones agresivas en ciertas personas. Esto se explica por su capacidad para reducir la inhibición, lo que disminuye el control sobre impulsos y emociones. Según Echeburúa y Corral (2007), el alcohol puede amplificar emociones negativas preexistentes, como la frustración o el enojo, y dificultar la evaluación de las consecuencias de las acciones. Además, factores contextuales, como conflictos previos o el entorno social, pueden aumentar la probabilidad de reacciones violentas durante el estado de embriaguez.
De otro lado, en ocasiones la ingesta de licor puede llevar a la persona a lo que comúnmente se conoce como “enlagunarse”, para referirse a los lapsos de memoria asociados al consumo excesivo de alcohol. Este efecto se debe a la interrupción del hipocampo, una región cerebral clave en la formación de nuevos recuerdos. Como explica López-Moreno (2019), el alcohol puede impedir que el cerebro consolide experiencias recientes, lo que genera lagunas temporales. Estas lagunas no dependen solo de la cantidad consumida, sino también de factores individuales como el metabolismo, la tolerancia y el momento en que se ingiere.
En este sentido, la manera en que el consumo de licor afecta a las personas está determinada por factores biológicos, psicológicos y sociales. Genéticamente, las enzimas encargadas de metabolizar el alcohol, como La alcohol deshidrogenasa (ADH), varían entre personas, lo que influye en la velocidad con la que el organismo procesa esta sustancia. Psicológicamente, el estado emocional previo al consumo puede predisponer a diferentes reacciones, mientras que, desde el ámbito social, las expectativas culturales y la presión del grupo también juegan un papel crucial.
Ahora bien, existen algunas estrategias que pueden usarse si lo que se busca es controlar el consumo de alcohol. En primer lugar, establecer límites claros sobre la cantidad y la frecuencia del consumo puede ayudar a prevenir episodios problemáticos. Igualmente, es fundamental identificar los desencadenantes personales, como situaciones de estrés o eventos sociales, que podrían conducir a un consumo excesivo. Como sugieren Rodríguez-Martos et al. (2006), aprender técnicas de autocontrol y desarrollar habilidades para manejar la presión social son pasos esenciales en la reducción de riesgos asociados al alcohol. Asimismo, buscar alternativas saludables, como actividades físicas o recreativas, puede disminuir la dependencia emocional hacia el consumo.
En síntesis, el consumo de alcohol tiene efectos significativos sobre el organismo y el comportamiento, influyendo en la memoria, la regulación emocional y las interacciones sociales. Aunque sus consecuencias pueden ser graves, comprender los mecanismos subyacentes y aplicar estrategias preventivas permite minimizar riesgos y promover hábitos de consumo más responsables. Como refuerza la OMS, un enfoque integral que combine la educación, el autocontrol y el apoyo profesional puede marcar una diferencia positiva en la vida de quienes buscan gestionar su relación con el alcohol.
Referencias
Berking, M., y Wupperman, P. (2012). Regulación emocional y salud mental: Hallazgos recientes, desafíos actuales y futuras direcciones. Current Opinion in Psychiatry, 25(2), 128-134.
Curtin, J. J., y Fairchild, B. A. (2003). Alcohol y control cognitivo: Implicaciones para la regulación del comportamiento durante conflictos de respuesta. Journal of Abnormal Psychology, 112(3), 424-436.
Echeburúa, E., & Corral, P. (2007). Violencia y alcoholismo: un análisis psicológico y social. Revista Internacional de Ciencias Sociales.
Gross, J. J. (2015). Regulación emocional: Estado actual y perspectivas futuras. Psychological Inquiry, 26(1), 1-26.
Kober, H., y Bolling, D. (2014). Regulación emocional en trastornos por consumo de sustancias. En J. J. Gross (Ed.), Handbook of Emotion Regulation (pp. 428-446).
Koob, G. F. (2015). El lado oscuro de la emoción: La perspectiva de la adicción. European Journal of Pharmacology, 753, 73-87.
López-Moreno, J. A. (2019). Neurociencia del consumo de alcohol: efectos sobre el cerebro. Psicología y Salud.
Organización Mundial de la Salud (OMS). (2021). Informe global sobre el alcohol y la salud.
Rodríguez-Martos, A., et al. (2006). Estrategias de prevención del consumo de alcohol: una revisión de evidencia. Salud Pública de México.
Sullivan, E. V., Harris, R. A., y Pfefferbaum, A. (2010). Efectos del alcohol en el cerebro y el comportamiento. Alcohol Research & Health, 33(1-2), 127-143.